ENTENDER LA EDUCACIÓN PARA LA PÉRDIDA Y EL DUELO

Pedagogía de la Pérdida y el Duelo.

Definiríamos la pedagogía de la Pérdida y el Duelo como el conjunto de propuestas metodológicas, ideas, habilidades, estrategias y actitudes que permiten a los niños y a las niñas dotarse de herramientas intelectuales y emocionales para aproximarse a la comprensión de la fragilidad humana, de su vulnerabilidad, y así poder vivir dando un sentido a la vida ajustado a su verdadero valor. 

Esta tarea no es responsabilidad exclusiva de la escuela, pero la escuela también es un buen nido.

Os ofrecemos a continuación algunos artículos de los autores que más han estudiado esta cuestión en nuestros hogares y aulas. 


Propuestas para una Pedagogía de la Muerte

Vicenç Arnaiz. (2003)


Lo primero que se necesita para poder hablar de la muerte con los niños y las niñas es aceptar que no tendremos respuestas a todo. Entender la muerte exige aceptar la incertidumbre. Incertidumbre de la vida, incertidumbre de las respuestas al respecto, incertidumbre del sentido... Querer estar seguros nos exigiría mentir. De la muerte, o hablamos sinceramente o mejor callar. 

Una segunda cuestión es no esperar a hablar de la muerte a que sea tan próxima que los sentimientos nos ofusquen. Hay muchas ocasiones para hablar de la muerte y de lo que la rodea. La muerte de un conocido, una visita al cementerio, la observación de un entierro, la muerte de la mascota, la semilla sembrada, la noticia que conmueve... son ocasiones que hay que aprovechar para hablar con el niño del tema y facilitarle el acceso comprensivo a todos los aspectos (sociales, religiosos, biológicos, ecológicos, históricos...). Cuando la muerte nos toca de cerca tenemos que enseñar a hacer el duelo, facilitar la integración de la pérdida. Y eso exige otros referentes. 

Una tercera cuestión es que hay que hablar con claridad, sin esconder las palabras. Hay que utilizar las palabras muerte, difunto, cadáver, ataúd... No las disfracemos con eufemismos como "descansar", "dormir", "ha ido de viaje". Provocaríamos confusión. El significado de la muerte y de la vida ya es suficientemente confuso. Si además lo envolvemos o lo disfrazamos, acabaremos creando equívocos. 

Una cuarta cuestión es no convertir nunca a los muertos en vigilantes, ni utilizarlos como chantaje ("seguro que él lo querría...", "te está mirando...") porque haríamos muy difícil la adquisición de una ética razonada y de una moral autónoma, que son siempre fundamento de equilibrio personal. Ni utilizar el miedo a los muertos y a la muerte como una amenaza inminente. Educar para la seguridad vial, por ejemplo, no tiene nada que ver con implementar una neurosis de riesgo. La muerte como realidad amenazadora impide vivir. 

Una quinta cuestión es que la muerte de los seres vivos que nos rodean, los animales y las plantas, puede aprovecharse fácilmente para hacer evidente el ciclo de la vida, que tiene en un extremo el nacimiento y en otro la muerte. La naturaleza está llena de estos ciclos: el ciclo del agua, del día y la noche, de las estaciones del año... No tendría sentido educar a los niños haciendo evidentes todos los ciclos menos el que más emociones despierta en nosotros: nuestro propio ciclo vital. Hablar de él con calma, sin miedos enfermizos, ayuda a entender. Y entender ayuda a vivir con plenitud. 

Una sexta cuestión es que la muerte y la vida, además de ser hechos biológicos, están cargadas de simbolismo y han sido siempre centro de reflexión profunda de los individuos y de los pueblos. Como madres y padres tenemos que transmitir a nuestros hijos e hijas el sentido que les damos, transmitiendo los sentimientos y los convencimientos filosóficos o religiosos que tenemos. Como maestros y maestras tenemos que facilitar la expresión y el conocimiento de los diferentes posicionamientos. La diversidad ayudará a comprender más su originalidad. 

Una séptima cuestión es que hay que reconocer que la muerte está rodeada sobre todo de sentimientos... No tiene sentido esconder a los niños los sentimientos que nos produce a las personas adultas la muerte de amigos, vecinos, familiares... Vernos emocionados y expresando con palabras nuestros sentimientos les ayudará a entender y a vivir en paz los suyos. La pedagogía de la muerte no es una pedagogía indolora, sino una pedagogía que asume el dolor, la tristeza... como parte de la existencia humana. Los niños necesitan saber que vivir no es sólo ser feliz, que el dolor también forma parte de la existencia. 

Una octava cuestión es que la muerte está vinculada a unas causas. Es bueno que los niños y las niñas conozcan las causas: enfermedades graves, grandes accidentes..., y que no la atribuyan a pequeños incidentes ni a enfermedades irrelevantes. 

Una novena cuestión es que es bueno que los niños y las niñas tomen la iniciativa de hablar de la muerte. Sin embargo, si ellos no entran en esta temática, somos las personas adultas las que debemos abordarla. Ellos a veces también tienen miedo y esconden los interrogantes y las inquietudes de la conciencia. 

Una décima cuestión es que la pedagogía de la muerte tiene que ver con la pedagogía de la finitud. Nadie es finito. La pedagogía de la muerte se apoya en la pedagogía del tiempo. Sólo tenemos un tiempo, el nuestro. No se nos concederá ningún otro tiempo y hay que aprender a emplearlo. Saber hacerlo da intensidad a la propia historia. Las respuestas a los interrogantes que se plantean alrededor de la muerte llenan de sentido la vida. Saber que la muerte existe da sentido a la vida. 

La pedagogía de la muerte tiene que ver con buscar y construir el sentido de la vida.

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